Alimentación Adecuada
Confieso que muchas veces soy de las personas que cuando tiene hambre, su primera opción no es cocinar una buena comida. Busco primero si dentro de la nevera o los gabinetes de la cocina hay algo de rápida preparación. Por experiencia, muchas de esas comidas de rápida preparación resultan ser muy poco saludables y solo logran satisfacer la ansiedad del hambre inmediata, pero no satisfacer mi cuerpo en todos sus aspectos. Esto tiene repercusiones sobre mi salud y puede tener aún mayores efectos si no empiezo a cuidar mi cuerpo responsablemente. Creo que muchas veces queremos hacer lo mismo con nuestro ser espiritual: una comida rápida para saciar la ansiedad del hambre en vez de sacar el tiempo adecuado para poder ingerir el alimento que nos fortalece y hace crecer.
¿Por qué esta introducción de alimentación y condición del cuerpo? Sinceramente, me pareció una buena manera de dar inicio a una reflexión que considerará el Camino a Emaús. Este es uno de los relatos bíblicos que más atesoro en mi mente y corazón. El mismo lo encontramos en Lucas 24: 13-35 y ocurre el mismo día en que Jesús resucita de entre los muertos dejando la tumba vacía. Los primeros versículos de este capítulo relatan el momento en que, en horas de la mañana, las mujeres se dirigen hacia la tumba llevando algún tipo de especias aromáticas, pero se encuentran con la piedra de la tumba movida hacia un lado y sobre ella un ángel que les cuestionó a quién buscaban, dándole la noticia de que Jesús había resucitado. Al recibir la noticia, ellas salen en busca de los discípulos para notificarles sobre la resurrección de Jesús, imagen que Pedro corroboró al él mismo ir y visitar la tumba.
Sin embargo, cuando llegamos al versículo 13 de este capítulo 24 en el libro de Lucas, encontramos en escena a dos de los seguidores de Jesús dirigiéndose hacia la aldea de Emaús, localizada a unos 11 kilómetros (7 millas) de la ciudad de Jerusalén. Mientras caminaban, iban hablando de las cosas que habían acontecido los pasados días, particularmente de la muerte de Jesús. En esto, el mismo Jesús se acerca a ellos para preguntarles de que dialogaban, sin embargo, ellos no lo pudieron reconocer y se dirigieron hacia Jesús como extranjero (v.18) sorprendidos de que aún esta persona no hubiese escuchado de la crucifixión del Hombre de Nazaret. Dentro de su conversación se refirieron a su Maestro como varón profeta que hizo poderosos milagros y que contaba con la aprobación de Dios y de muchas personas de Jerusalén. Pero Cleofás y su compañero culminan diciendo que ellos tenían la esperanza de que este fuera el líder que redimiría y rescataría a Israel de su opresión (v. 19-21). Curiosamente, ellos le comparten a Jesús, a quien todavía no reconocían, que las mujeres le habían dado la noticia de que la tumba estaba vacía y que otros de su grupo habían confirmado la noticia. Sin embargo, Cleofás y su compañero de camino habían salido de Jerusalén.
Es en este punto el relato toma un giro maravilloso: Jesús mismo les señala su necedad al no considerar ni entender y tampoco creer lo que los mismos profetas habían escrito en el pasado. Durante el camino, Jesús empieza a explicarles desde los escritos de Moisés hasta los últimos profetas (v.27) guiándolos a través de estas enseñanzas que ya debían saber, pero no habían recurrido a ellas basado en lo que Jesús ya les había advertido acerca de sí mismo y su muerte. Cuando llegan a su destino, Cleofás y su compañero invitan a Jesús para pasar la noche y cenar, evento que marcó sus vidas para siempre.
En el versículo 30 encontramos que al sentarse a cenar, Jesús tomó el pan, lo bendijo y luego lo partió para darles de comer a los que lo habían invitado a cenar. Tan pronto esto sucede, los ojos de Cleofás y su compañero fueron abiertos para reconocer a Jesús, y en ese instante, desaparece. Qué momento… Luego de haber sido orientados y reedificados por las palabras y enseñanzas de Jesús, se sientan a la mesa a tomar ese alimento que sustenta para darse cuenta de que su esperanza no había muerto: el mismo Jesús en persona les había visitado para fortalecerlos y volver a enseñarles lo que creían.
¿Cuántas veces nuestra mirada se ha nublado por cualquier situación que esté ocurriendo en nuestras vidas, que no logramos ver a Jesús caminando y enseñándonos justo a nuestro lado?
¿Cuántas veces hemos salido de Jerusalén en busca de otros lugares y otras direcciones para satisfacer nuestras necesidades, pero Jesús llega nuevamente a nuestro encuentro?
Solo las palabras de Jesús lograron alcanzar el corazón de estos dos seguidores, para convertirlos de seguidores a hacedores; de tener una relación a distancia, a tener una íntima. Tan pronto estos se dieron cuenta de lo que había sucedido, salieron de vuelta a Jerusalén para compartir con los demás lo que les había sucedido. Se convirtieron en portadores del evangelio y las buenas nuevas, solo cuando pudieron alimentarse con el alimento que ellos necesitaban.
Recuerdo de igual manera a Marta y María. Parte de su historia se encuentra en Lucas 10: 38-42. En esta porción vemos a una Marta que en busca de agradar a Jesús pasa por desapercibida, la acción más importante: sentarse a escuchar las enseñanzas de Jesús. María había escogido la mejor parte, y no le sería quitada, pero Marta aún no había entendido la relevancia de esta acción, porque a pesar de que Jesús estaba en su casa, sus qué haceres, no le permitían disfrutar de su presencia de manera integral. Pienso que lo mismo sucedió con Cleofás y su compañero. Conocían a Jesús, pero aún no tenían esa relación íntima con él que solo se logra con encuentros con su palabra.
Tal como comencé este escrito, muchas veces tomamos los alimentos que satisfacen momentáneamente nuestra sed y hambre espiritual. Tomamos direcciones algo distintas a las que deberíamos en el camino, debido a que no logramos apreciar a corta distancia lo que se avecina. De momento, nos encontramos lejos de Jerusalén, de nuestros hermanos, de nuestra fuerza como comunidad, de Jesús mismo y sus palabras.
En estos tiempos de tanta confusión y distracciones necesitamos recordar las palabras que Pablo le dijo a Timoteo:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” – 2 Timoteo 3:16-17 [RV1960]
Probablemente esta no es la primera vez que leemos estas palabras. Yo estoy seguro que esta no es la primera vez que las escribo. Sin embargo, no importa cuántas veces lo tengamos que decir, escuchar o repetir: necesitamos retomar y reaprender las palabras de Jesús en intimidad con nuestro Dios. Necesitamos que él sea la luz que siempre alumbra nuestro camino y habita en nuestros corazones. Necesitamos sentarnos a la mesa y tomar el pan, alimento y bebida que verdaderamente nos sustenta.
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