Dentro del silencio…
Algunas veces realizamos planes o buscamos actividades que ocupen nuestro tiempo, porque a pesar de que muchas veces decimos que queremos tiempo para nosotros, siempre estamos haciendo algo. Creo que esto se debe a que le tememos a la experiencia del silencio y la soledad.
Me parece que, últimamente, la cultura microondas nos ha llevado ha desarrollar una intolerancia a la espera y cuando tenemos que esperar buscamos algo que hacer mientras pasa el tiempo de espera. Son bien pocos los momentos en que logramos controlar nuestros impulsos y no pensar que estamos perdiendo el tiempo mientras esperamos.
Recuerdo un evento en la vida del profeta Elías que me hace pensar que Dios nos acerca a él e interviene en nuestras vidas en los procesos de espera y silencio.
Luego de que Jezabel amenazara la vida de Elías, este huyó al desierto con la intención de dejarse morir. Terminó refugiándose en una cueva donde tuvo una de las experiencias más íntimas con Dios. Pasó un viento fuerte, un terremoto y un fuego, pero luego un silbido apacible y delicado; entonces escuchó la voz de Dios 1 Reyes 19:1-18.
En Mateo 6:6 dice: “Más tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.” [RV1960]
Cuando cerramos la puerta de nuestro aposento, nos abrimos a las grandes cosas que solo Dios tiene en sus manos.
Los momentos en los que estamos en nuestras habitaciones durante la noche o durante la mañana, cuando todos duermen y los espacios alrededor se acallan, nos enfrentamos a ese espacio que buscamos consumir con ruido o una película hasta que nos venza el sueño, porque le huimos al silencio y a la espera.
Usualmente es en este espacio donde nos encontramos con nuestros pensamientos y para acallarlos, nos distraemos, pero justo en ese momento en que Elías se encontraba ensimismado por su situación. Luego de tantas expresiones con ruido, fue en el silbido apacible que volvió a escuchar la voz de Dios. Del desierto, a la intimidad de la cueva hasta el momento que en su silencio escuchó la voz que le dio dirección.
Hace unas noches tuve una experiencia similar, en la cual, dentro de mi intimidad en la noche, buscaba que hacer hasta que me detuve y escuché el silencio que invadió mi pensamiento con una melodía de Jesús Adrián Romero:
Duermen las palabras, no las deben despertar
Se contaminaron, necesitan descansar
No comunicaban, no explicaban la verdad
Se deterioraron, necesitan sanidad
No quiero hablar, no quiero hablar…
Me hizo recordar que muchas veces solo tenemos que guardar silencio y dar espacio a que sea la voz de Dios la que llene nuestros silencios e intimidades. En el silencio y la espera encontraremos esa continua dirección que necesitamos. Entreguemos nuestros silencios en sus manos para que él los transforme en la intimidad que necesitamos con su voz.
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